Apología del Bibliófilo
Nada me causa mejor impresión de cercanía que el librero de otra persona, el saber que a diferencia de otros es un auténtico acumulador de libros. Considero, aunque ingenua, más noble a toda aquella persona que compra libros porque le parecieron atractivos, o porque el nombre le es familiar, o en su defecto porque el nombre no le dice nada pero las primeras páginas lo dejaron como a un poseso y a pesar de resistirse, termina comprando ese libro de un "desconocido"; prefiero a estas personas a las otras, las que siempre van preguntando si el libro es bueno, si es recomendable, o en la peor de las posturas si le gustará. Como si los libros fueran hechos expresamente para eso, para gustarles a algunos y a otros no, o para gustarle a alguien en especial.
Esa persona que cree tener buen gusto o inclinaciones exóticas sobre la literatura, esta es la gente que tiene pocos libros, la que se mide, la que de cierta forma se cree muy exigente porque ve sus libreros llenándose con lentitud. Un buen bibliófilo acumula muy pocos libros malos; un bibliófilo en extremo, los conserva; uno práctico, los vende, los presta a gente que sabe que no regresa ni las cucharas o los regala, pero conforme pasa el tiempo, su biblioteca crece y se va depurando; un no bibliófilo sigue con un número reducido de libros y depurándose: libros prestados, robados, perdidos.
El bibliófilo como el no bibliófilo posee ciertas verdades en sus lecturas o adquisiciones (que no es lo mismo). Conforme los libros se acumulan, aunque no hayan sido leídos en su totalidad, han cumplido su misión: dirigir nuestras lecturas, ser más exigentes, buscar con más dedicación y lo que es mejor, reconocer nombres o textos que se quedan en nuestra memoria.
Un ejemplo, en la revista El Cuento había yo leído dos cuentos en distintos números, uno llamado "El colombre" y otro "La torre Eiffel", ambos entrañables, los recordaba de manera muy imprecisa. Un día vi un libro seriamente maltratado, sin pastas y sin las primeras páginas, lo primero que vi fue el nombre del cuento, tomé el libro y encontré en él otro cuento conocido, los dos en mi pésima memoria no correspondían al mismo autor, pero tener ese libro grueso en mis manos me decía lo contrario. Total, compré el libro maltratado y al llegar a casa consulté la revista El Cuento; el autor: Dino Buzzati, italiano que ha escrito algunas novelas inconseguibles por aquí. El saber este dato, me ha llevado al extremo de comprar esta colección de cuentos cada vez que la veo (hasta el momento dos).
Otro ejemplo para dejar claro el punto en que los libros y el bibliófilo se encuentran, o se corresponden. Un día compré una antología de ciencia-ficción rusa de Bruguera. La mayoría de los textos resultaron pésimos, bastante científicos y repletos de consignas socialistas, salvo dos cuentos: "La máquina ce modelo nr-1" y "Los cangrejos caminan sobre la isla". Curiosamente los textos son disímbolos, por un lado un entretenido relato de humor y por el otro un detallado ejercicio de terror, igual que con Buzzati no puse mucha atención en el autor, pero un día en la misma librería de viejo, encuentro el libro La fórmula de la inmortalidad del ruso Anatolio Dnieprov el cual incluye el cuento de "Los cangrejos" y el de "La máquina ce modelo nr-1". La antología en conjunto no la recuerdo con precisión, pero estos dos cuentos me han formado el propósito de leer con más atención el libro de Dnieprov.
El punto al que quiero llegar es que el bibliófilo siempre tendrá mayores posibilidades de estos encuentros, de esta correspondencia con la lectura, mi primer aprendizaje es éste: entre más tiempo de muerto tenga el autor, aumenta su calidad. Claro que toda regla tiene sus excepciones, pero esta hay que tomarla muy en cuenta, pues sigue otra: el buen escritor siempre abraza al viejo o carga al muerto, nunca niega el origen de sus ropas, todo buen escritor siempre pronuncia el nombre del maestro: Onneti - Faulkner; Borges - Chesterton, Coleridge y un nombre infinito que conforma en el presente su solo nombre.
Todo bibliófilo, aunque parezca algo enfermo, con el tiempo ve recompensados sus no escasos esfuerzos: su visión del mundo ha crecido, sus autores preferidos habitan o habitaron los cinco continentes; se vuelve un lector que, ahora sí, puede recomendar un libro con toda tranquilidad, sin temor a equivocarse que a fulano le guste, o evitar que sean otros los que compran los libros que él quiere.
Por último, quiero confirmar mi afecto a todos aquellos que compran libros con pasión, a pesar de ser conciente que por el momento no tengan tiempo para leerlos, pues todos ellos tienen una visión más positiva sobre el futuro. Tanto ellos como yo, soñamos con un tiempo mejor en nuestras vidas, el tiempo de leer aquellos libros que hacen fila en cada hueco de nuestras casas, por ellos va este breve texto, por ellos que esperan, por ellos que buscan y crean un espacio breve y a la vez infinito para de vez en cuando robarle una página, una hojeada a este tiempo que nos aleja de los libros.
Los libros del desvelo
Algunas veces, uno no duerme, porque hay un libro enmedio de la almohada y el amanecer. Ese libro, fiel compañero de cama, nos deja aturdidos, la atención de todo el día queda en él; la otra vida, la imaginaria, la de aquel personaje nos mantiene inquietos y distraídos de nuestras ocupaciones, nos hace volver a casa temprano, cancelar compromisos, nos deja dispuestos a la noche y la blanda oscuridad.
Generalmente, es un libro bueno, raras veces, por obligación un libro regular nos deja en esta situación.
Yo recuerdo uno en especial: El desfile del amor de Pitol, la historia no era para mí de lo más atractiva, pero algo tenía que no podía dejar de leerlo, Pitol había inaugurado en mí la obsesión por el misterio. En ese sentido, la novela es imprescindible, tiene un gancho estrictamente literario; su secreto, supongo en mi breve saber, está en la estructura. Pitol arma un anzuelo perfecto y al lector le deja lo fácil: pescar las respuestas como mejor las entienda.
Otro autor que me ha desvelado es Stephen King, que a pesar de ser un best seller, y como tal, autor de libros y cuentos bastante malos, tiene sus aciertos, sus aciertos formidables, yo tengo cerca siempre cuatro libros de su autoría: Christine, Carrie, El Resplandor y el que yo considero su obra maestra It (eso) que es todo un homenaje a todos o casi todos los géneros del terror.
José Saramago me mantuvo ojeroso con su Ensayo sobre la ceguera, al igual que Eliseo Alberto con Caracol Beach (que también es de una estructura ingeniosa), Sartre con La infancia de un jefe, y Camus con La peste. Curiosamente El extranjero cae en la categoría de los libros que deben leerse en la presencia del sol, pero ese es otro texto.
A lo que quiero llegar, es que hay libros que parece que se adueñaran de nosotros días enteros, libros capaces de alejarnos de nuestra mísera órbita terrestre, que nos hacen vivir la vida de otro, que nos hacen pensar en otras situaciones, recorrer otras ciudades, pensar en una mujer imaginaria; libros que nos reparan aunque sea un poco nuestras vidas, y es ahí en esos breves o extensos libros, donde la literatura florece en nuestras almas, porque nos hace sentir y pensar como otros, y al suceder de las páginas, poco a poco nos vamos volviendo otros, aprehendemos cosas, palabras, frases y visiones para tener un concepto de vida aparte de todos aquellos que no se atreven a imaginar una vida distinta, un escenario distinto a su pensamiento. Existen esos libros allá afuera, no están buscándonos, están dispuestos a encontrarnos entre el o los tropiezos de nuestra vida común, porque los libros, la mayoría nos encuentran en momentos justos donde son necesarios, pero eso ya es otro texto también. Lo único que quería decir, es que hay que guardar esos libros que no nos dejan dormir, porque en ellos, están, paradójicamente, algunas respuestas necesarias y el descanso.
Bukowski, el peor narrador publicado
Bukowski es entretenido, cualquier persona con experiencias oscuras lo es. Bukowski es divertido, más fácil aún, el humor es nato y solo los desgraciados carecen de él. Bukowski es obsceno, esto demuestra el rechazo del lector a la clase trabajadora como una fuente del erotismo rudo. Bukowski es duro, si transcribes tu vida tal cual, corres el riesgo de confirmar el vacío o la pasión de tu vida. Ya lo decía Rilke, no culpes a tu vida de ser monótona, cúlpate a ti mismo por hacerla así.
El único valor de Bukowski recae en el atrevimiento, la disposición a pasar a máquina casi todas las cosas de las que es testigo, tiene la ventaja de haber creado un mito que conforme crece el tiempo es cada vez más grande, el valor está en su posición, su postura de beber hasta morir, de ver el mundo jodido, es su visión lo que trasciende, la capacidad de volverse el último maldito del siglo xx, el gran mito del borracho que de vez en cuando es feliz, que escribe sin intenciones, sin ganas de molestar a los otros, es la escritura su nueva arma. Después de 49 años en la miseria y siempre cerca de la muerte, Bukowski decide escribir, y aquí empieza, en este momento, mi rechazo a una parte de su obra. Ciertamente Bukowski decide escribir en vez de tomar un arma y matar a otro o matarse a él mismo, pero decide escribir mal, la mayoría de sus relatos, no pasan de ser apuntes autobiográficos, que conforme el lector recorre estos textos realistas, termina confundiéndose. Hay a lo mucho seis textos narrativos de Bukowski que merecen defenderse pero hasta ahí, hay textos realistas que parecen obra de la imaginación del gran Charles, y hay textos fantásticos que uno da por reales en la vida del pequeño Bukowski, uno de los textos que a mi siempre que lo leo me causa simpatía es el llamado Solzimer, donde un jugador veterano de futbol americano colegial le confiesa haber volado en un juego decisivo con sólo pronunciar la palabra Solzimer, el personaje decide invitarles algunas cervezas mientras este hombre le cuenta su historia, al final del cuento, los dos salen del bar y son detenidos por un par de policías, el viejo jugador de pronto pronuncia la palabra mágica y se aleja volando, queda Bukowski a merced de los agentes y decide pronunciar la mencionada palabra y entonces se eleva sobre la ciudad y se aleja del suelo mientras atina a encontrar su casa y ve bajo de él la autopista iluminada por una imposible cantidad de autos. Son pocos los cuentos en los que Bukowski recurre a la imaginación, todo lo demás son trascripciones excesivamente realistas que uno termina por considerarlas exageradas, excesivas, absoluto delirio o fantasía del viejo Bukowski. Casi nunca vemos al Bukowski escritor, siempre es el hombre jodido por el mundo, por los otros, ajeno al bienestar, decide vaciar su pistola de rencor con cuentos mal elaborados, consumido por un odio, sus relatos se vuelven consignas contra lo detestable del mundo establecido, bromas de mal gusto, proyecciones a veces divertidas de su alter ego chinaski, trascienden algunas imágenes entre líneas, algunas frases finales donde la poesía se instala de manera absoluta, pero son pocas veces, pocos relatos comparado con la prolijidad de este autor, que antes que ser narrador, es uno de los poetas más interesantes del siglo xx, pero de esto, hablaré en otras páginas.
Edgar Rincón Luna
Stephen King, entre el amor y el terror
Todos alguna vez hemos tenido esa sensación. Algo nos ha sobresaltado y de pronto algo nos arroja fuera de nuestro pensamiento y estamos lejos de la calma y de lo que sabemos del mundo. Eso es el miedo, el terror, el saberse en otro sitio que no conocemos y que nos parece turbio e intranquilo. Eso es en algunos casos un libro de Stephen King. Por otro lado, tenemos cada quien alguna historia que no es de terror, es decir, que no es fantástica en su totalidad, alguna anécdota de la infancia o de esa etapa en que la inocencia se desvanece y nos enfrentamos a la realidad sin darnos cuenta del momento exacto en que nuestra mirada cambió de sentido, o de esa vez que enfrentamos un terror real, tangible y claro; también eso se encuentra uno en los libros de Stephen King.
Este escritor ha dejado una profunda huella en mí, con cuatro libros de sus más de 40 que conforman su obra: Eso (It), Christine, El resplandor y Carrie, todos estos de terror. Pero antes de continuar, debo precisar que el género manejado por King, es un terror distinto, donde se conjuga lo natural con lo extraño, la realidad con lo fantástico, los personajes de King son poderosos porque son reales, son personas comunes y corrientes que se ven expuestos al mal; el punto más interesante es su concepción del mal. Para King, el mal es una esencia arraigada en la tierra, una especie de fuerza que sólo busca un vínculo para expandirse, o en su defecto purificar la tierra. En la mayoría de sus historias esto se da. En Cujo el mal aparece a través de un perro que es mordido por un murciélago, pero el escritor deja una pista, la cueva donde mete la nariz el inocente perro, es dueña de un olor peculiar, casi ancestral como si ese lugar existiera desde el origen del mundo. En Christine, el vínculo es el viejo LeBay y su auto maldito, o maldecido por él, que desde pequeño mostró poco cariño por cualquier sustancia viviente, y este espíritu del mal se transmite al joven Cunningham de manera terrible: el mismo lenguaje de LeBay, el mismo carácter, incluso una lastimadura en la espalda, la marca de cigarrillos y de cerveza. En El Resplandor el sitio es un hotel viejo construido sobre un cementerio indio, donde por supuesto el mal ha hecho su nido y guarda en su historial crímenes de verdad espeluznantes: dos gemelas muertas, un ajuste de la mafia y el contacto mortal de la maldad con el padre de familia que enloquece y termina destrozándose el rostro con un marro poseído por varios espíritus en medio de una fiesta delirante. Por ultimo It (Eso) que es hasta ahora la novela de terror más intensa y compleja que mis breves lecturas sobre el género me ha brindado.
Esta obra es un claro homenaje al maestro del terror H. P. Lovecraft, pero es un homenaje tan preciso y transparente que King se apropia de la herencia y de la tradición del terror para siempre, en esta novela, el mal existe en el fondo de un pequeño pueblo y hace su aparición cada veintiocho años a través del miedo de los infantes. Esta esencia del mal se alimenta de esa forma y se regenera, pero en 1957 casi es vencida por un grupo de niños que enfrentan temores reales, madres posesivas, la muerte de un hermano, golpizas por ser negros o gordos, asma, entre otras cosas. Cuando el terror regresa, estos pequeños ya tienen sus treinta y tantos de años, y sus temores no han cambiado mucho, se reúnen en su pueblo natal para combatir a esta criatura. Súmenle a esto un marido golpeador, un maniaco suelto y todo el mal posible y se tiene una novela de lo más atractiva e intensa, estructurada a dos tiempos, el de la infancia y el presente, los enfrentamientos con su propio pasado y el misterio que va tomando forma mientras se avanza por un laberinto de pánicos infantiles y tan verdaderos como propios. It cierra un ciclo en la literatura de terror, vuelve a la raíz podrida que dejó Lovecraft y King hace crecer ese árbol siniestro en nuestras mentes, crea un bosque terrible habitado por eternas criaturas del mal.
Sé que la mayoría dirá: yo he visto estas películas y son malísimas, de eso no hay duda, son malas y nadie lo pudo evitar, pero los libros no. Las películas son pésimas porque carecen de King por completo, son algo distinto, están hechas para entretener no para asustar a la gente o dejarla con preguntas sobre la presencia de lo maligno, sin embargo, de King hay películas excelentes, curiosamente no son de terror, una es Stand by me (Cuenta conmigo), basada en el cuento El cuerpo. The Shawshank redemption (Sueños de fuga) y The green mile (Milagros inesperados); estas obras en lo particular tienen un tono realista y tal vez más terribles, porque en ellas el mal es algo que permanece dentro de nosotros y que le es exclusivo al género humano, al igual que la bondad o la capacidad de comprender.
En estos relatos conviven las contradicciones del hombre, sus conceptos de justicia y del crimen, la venganza, los rencores, la esperanza, la ignorancia y la inteligencia, su capacidad de asombro y de indiferencia, en pocas palabras el terror en sí.
Dos (o más) cuentos de Julio
Cortázar: Cuentos completos
Si existe un escritor que traspasó la barrera entre su visión del mundo y la de sus personajes es Julio Cortázar, claro, entre tantos otros, pero hoy hablaré particularmente de este narrador argentino.
Es difícil empezar a hablar de alguien tan conocido y por si fuera poco, tan estimado por la mayoría de los escritores. Creo que cada uno de nosotros tiene esa historia primera, esa primera vez que sus ojos cayeron sobre una obra que se queda para siempre tras los párpados.
En México, donde la mayoría no tenemos memoria, el libro de tercero o cuarto de primaria contiene dos textos breves de Cortázar, uno es sobre la lluvia cayendo frente a la ventana y el otro es un cuento breve sobre un par de anteojos que se rompen dentro de su estuche, pero esto en lugar de traerme recuerdos gratos, me demuestra que la educación en México nunca ha estado al nivel de sus libros de texto.
Regreso a Cortázar. Lo primero que leí de él fue Rayuela; tenía yo 16 años, obviamente no entendí más allá de lo que en ese momento debería entender: la literatura no tiene reglas, la literatura es un juego, es una broma en serio. La lectura de este libro me conmocionó en menor medida que otros, la verdad es que enmudecí ante tanta destreza, cinismo y sarcasmo de Cortázar. La novela es magnética y hablaré de ella en otra ocasión, la cuestión es que ese nombre quedó en mi cabeza para siempre, cualquier libro de él iba directamente a mi librero. Cortázar había desarrollado en mí un instinto de lector salvaje, devoraba como un bruto los cuentos que me pasaban por los ojos como perfectas obras del lenguaje, pero las historias nunca las leí hasta que un día, mi amigo Carlos Molinar me contó uno; yo le estaba platicando de algunos libros que había comprado de Cortázar, por los títulos supo cuáles cuentos venían en cada uno, y como mencioné anteriormente me contó uno o dos. Yo, lo confieso, me quedé atónito, esos cuentos no venían en los libros, estaba seguro. En la tarde los leí, mi azoro ante el lenguaje, los juegos y un estilo inconfundible había hecho que mis primeras lecturas no fueran más allá de un feroz resplandor que me negó las historias, los personajes, el desfile de cosas sencillas que recorren cada cuento de Cortázar. Gracias a este amigo leí (ahora sí) los relatos de este argentino terrible, y ahora vuelvo al principio: ¿por cuál cuento se agarra al Cortázar?, ¿los que hablan de las ciudades, del amor, de la infancia, de la interminable adolescencia de algunos personajes, las mujeres, el absurdo, la juventud que de prisa transita por sus libros, el horror tan perseguido por él?
Casi todos sus cuentos son dignos de recordarse, La noche mantequilla, Los venenos, Circe, La Señorita Cora, La noche boca arriba, Carta a una señorita de París, El axolótl, La flor amarilla, y la lista, aunque finita, es extensa.
¿Qué hay en los cuentos de Cortázar que son obligatorios siempre que se habla de narrativa? Es tal vez el único escritor de juventud que se queda para siempre, pero ¿en qué reside esa veneración? Creo suponer algunas cosas: la extraña sensación de cercanía con el autor y sus personajes, esa forma que tiene de sumergir al lector en una historia singular y dejarlo seguir nadando en la incertidumbre, lo cual es mejor que el terrible hundimiento de la certeza que tienen otros de sus cuentos, lo de Cortázar es la sorpresa en frío, lo inesperado pero contundente, es decir posible. Es curioso notar que en algunos cuentos los personajes terminan enfrentándose a la calle, son arrojados al exterior buscando el olvido o la separación de lo que acaban de ver, oír o vivir.
Pero hay algo más en los cuentos de Cortázar, la sensibilidad de sus personajes, que a pesar de ser breves son capaces de mostrar emociones profundas, las leves reflexiones o memorias en corto con que inicia cada cuento, hilando tal vez en esa densa madeja de dudas, o de recuerdos el verdadero principio de la anécdota. La cantidad de narradores que puede ser, esa cantidad de voces que ha desplegado a través de su obra, esos personajes víctimas del asombro, de la casualidad y el absurdo, todo originado en la imaginación, en la capacidad de inventar lo que existe, de ser otros dentro de él mismo, en eso está el secreto, en ese humor individual, ese amor por las calles y las ciudades, en su inconformidad, en la capacidad de leer entre muros y abrigos historias que pasen como un fulgor y nos asomen al mundo.
José Saramago: dos extremos de una estrella
Leí a Saramago movido por dos cuestiones ajenas a su reciente premio Nobel. Primero por la recomendación siempre confiable de mi amigo Carlos Molinar, que había leído Historia del puente de Lisboa y por la sinopsis hipnótica de Ensayo sobre la ceguera, aparte de que había visto una mínima recreación de este último en el torre de papel dirigida por Skarmeta, debo confesar que Ensayo sobre la ceguera llamo mi atención de manera inmediata, sobra decir que mi miopía me ayuda a reconocer que hay males peores.
Así que un día me lancé no sólo a comprar ese libro sino a leerlo, el libro era caro (eso sucede con los Nobel) pero hasta eso, era el más barato de todos.
El libro lo leí en poco tiempo; en pocas palabras el libro es terrible, terrible en el sentido que dicta y describe nuestro egoísmo y salvajismo dentro de una metáfora absoluta: estamos ciegos a todo: a los demás, a nosotros, al mundo.
El libro sólo narra el recorrido de nuestra infamia ante la pérdida de un bien preciado; en este caso la vista, y que uno piensa, pudo haber sido cualquier otro: nuestras manos, nuestras piernas, nuestra voz. Pero según Saramago, lo que más funciona como tragedia es perder, ya no el sentido, sino el don de la vista; en ese vacío el hombre puede ser el más cruel de todos, pues en eso, en su ceguera reside la maldad: no ver lo que se tiene.
La obra es en pocas palabras, una pronunciación de nuestro próximo apocalipsis: estar ciegos, no darnos cuenta de lo que vemos, de lo que esta ahí, el no saber apreciar nada, el negarnos a la belleza de lo cercano.
Pero aparte, el no considerar las necesidades de los demás como una necesidad nuestra, el considerarnos solos durante una desgracia universal; en esa novela se declaran todos y todas las imperfecciones del hombre, la cobardía en sus dos extremos, los que abusan y los que ceden, aparte de toda esta dualidad de toda obra novelística: los buenos y los malos, los pobres y los ricos, los enfermos y los sanos, pero hay en esta novela, el artificio de los buenos malos, y los malos buenos, espacios para la piedad, el miedo, el egoísmo, el placer y el odio; a pesar de ser una historia fantástica, el espíritu del dolor la recorre sin piedad.
Caso extremo es otra de la obras de Saramago: Todos los nombres, que a mi parecer; seria un excelente cuento si el autor se hubiera resignado a un breve espacio, pero no fue así, esa novela que tiene uno de los nombres más bellos, resulta una especie de anécdota interminable, Saramago ejerce en ella no un dominio, sino la doma salvaje de una anécdota que en sí es hermosa, pero que Saramago insiste en hacer hermosa, yo, que soy lerdo en estas cosas, fácil le vuelo 80 páginas de pura paja.
No es necesario extender nada, el argumento es precioso, un nadie que colecciona recortes de gente notable de su pueblo, un día se encuentra los datos de alguien que no conoce y que por ello no es notable; desde ahí se dedica a buscar la vida de ella: el antes y después de esa mujer; y por conseguirlo pasa penurias y vergüenzas, hasta enterarse que ella esta muerta, y que un pastor que lleva a sus ovejas al cementerio cambia las lápidas de lugar sólo para enterarse de algo elemental: amamos lo que no conocemos. ¡por favor!, no hay necesidad de tantas páginas, diablos, la historia es muy bella pero se excede en la descripción de escenarios, de escenas que le son totalmente inútiles a la novela, diálogos, monólogos escritos para no ser ignorados sino intrascendentes en una historia de amor o esperanza que supera a varias de mis lecturas, si esa novela hubiera sido un cuento, créanme que estaría entre los grandes cuentos de mi experiencia de lector, pero como novela, no merece un lugar en el librero de nadie.
Lecturas de estudiante
A tono con la temporada, opto por hacer algunas breves recomendaciones marcadas más por mi experiencia de estudiante que de lector. Concibo la época de estudiante como la más importante de todo ser humano, pues el contacto perpetuo de ciertas amistades en la universidad se rompe, y cada quien encuentra lo que busca en esta etapa de su vida, por tal motivo me atrevo a sugerir textos de iniciación para todo estudiante que este decidido a sobrevivir este tránsito necesario de su vida.
A esta edad nunca se sabe por dónde empezar, si por reír o por llorar, yo sugiero empezar por lo natural, la risa, y para todo estudiante que sueña con estudios en el extranjero nada mejor que La Ley de Herodes del maestro Ibargüengoitia, un relato de humor negro que nada tiene que ver con la película homónima, este relato es en esencia el miedo a lo extraño, el prejuicio de lo desconocido y un certero homenaje al machismo del mexicano; a los amantes del terror sobra recomendarles dos lecturas básicas de Stephen King, Carrie y Christine, las dos, un serio homenaje al marginado rencoroso que habita de manera silenciosa el salón de clases, las dos, aunque manejadas de manera distinta son una buena instrucción para todos aquellos que presuman de poderes sobrenaturales, y una advertencia para los abusones, en los dos libros existe la base de las películas de terror que florecieron a finales de los ochentas, el nerd reivindicado por medio del reino de las tinieblas y de la maldad.
Ahora que si queremos ponernos literatos en serio hay dos libros, uno: El nombre de la rosa de Umberto Eco, lectura de cabecera para todo aquel estudiante que se resiste a ir a clases mientras busca al maestro verdadero en la biblioteca, una mezcla extraña pero precisa entre Sherlock Holmes y Borges, un libro necesario para todo buen o mal discípulo que busca la verdad oculta entre los libros; esta novela es una declaración de amor a las bibliotecas sólo recomendable para aquellos que acumulan libros en su cuarto, de todas formas, sospecho que este libro puede iniciar de buena manera la biblioteca de cualquiera. Ahora, para estudiantes mas intrépidos esta Gargantúa y Pantagruel, libro absolutamente didáctico que enseña casi todo, desde cómo beber vino hasta cómo vengarse del despecho de alguna mujer, lleno de consejos, juicios y verdades, es un libro que todo joven debe hojear antes de salir el viernes por la noche o de organizar una fiesta, escrito en el siglo xvi sigue siendo tan actual que todo mundo lo ignora. Para los estudiantes que buscan una verdadera amistad, sólo queda recomendarles un cuento de Senel Paz: El lobo, el bosque y el hombre nuevo, en el que se basa la película Fresa y Chocolate, y que narra la relación de un estudiante comunista con vocación de escritor con un homosexual demasiado liberal, ahora que si lo que se busca es algo de liviandad se puede leer la novela breve de Ray Loriga: Lo peor de todo que es fresca y ágil y esta llena de trivialidades pero que es divertida hasta el final, junto con una obra similar pero más profunda llamada Filosofía a mano armada de Erich Fisch que es similar a las películas de Tarantino pero con más sangre y vísceras que las películas de Oliver Stone.
Para los estudiantes que siempre discuten, tengan la razón o no, El mundo y sus demonios de Carl Sagan es un libro para aprender o para defenderse, ante los argumentos insostenibles sobre ovnis, brujas o poderes paranormales este libro es mejor y más económico que una pistola o un puñetazo, recomendación diplomática para todos aquellos que no soportan una conversación basada en mitos o leyendas.
Ibargüengoitia o la muerte del humor
El nombre de este tipo me perseguía en sueños, pocas veces alguien lo nombraba, mi amigo Carlos Molinar hablaba de él con excesivo placer, sobretodo de los Relámpagos de Agosto y de Los pasos de López, yo empece a leerlo en las compilaciones de sus artículos periodísticos, desde Ideas en venta jamás he podido desprenderme sin dolor de un libro de él (aunque tenga dos ejemplares); yo veo a Ibargüengoitia, como uno de los mejores escritores del México contemporáneo, y no lo veo como un humorista, a pesar de ser el maestro del sarcasmo y del humor negro, tampoco lo veo como el autor de una literatura ligera, sin intenciones literarias, al contrario, yo lo ubico en un lugar especial, tengo a Ibargüengoitia como el verdadero novelista moderno en México; se lee en él, la nueva novela mexicana, la nueva visión o interpretación de las ciudades y las provincias, no existe en él la intención de dividir o comparar los extremos de un país, lo que hay es la clara intención de poner sin prejuicios los caballos y los autos dentro de la historia de un país, su humor rebasa a su mismo humor, su sarcasmo es una burla de su propio sarcasmo, en ese plano, Ibargüengoitia es el escritor más serio que hemos tenido; Ibargüengoitia no es más que un simple hombre que dice lo que piensa, que defiende lo que para él es necesario defender, y se burla, a veces sin querer, de lo que todo mundo deberíamos de burlarnos.
Ibargüengoitia rebasa a cualquier novelista de nuestro tiempo, es decir a todos aquellos jóvenes que se inclinan por el humor como un género, sin percibir que el humor de ninguna manera lo es, el humor es innasible, y aquel que logra tenerlo en sus manos como Ibargüengoitia, sabe que el humor es breve, que no dura mas allá de lo que el lector este dispuesto, y por ello mismo, no abusa de él, lo deja transcurrir, transitar, el humor atraviesa o pasa por los textos de Ibarguengoitia por que es natural su recorrido, el humor es como un bache que no se puede evitar, es tan natural como tener risa o sueño, el humor en sí no tiene gracia, tiene suerte, es o no es, en definitiva, Ibargüengoitia es un escritor siempre tropezando con lo que no puede decir de manera seria, que de esa forma no le sale, Ibargüengoitia es un escritor transparente en ese sentido, él no se esfuerza en hacernos reír, eso le pasa por querer hacernos pensar, sus dos novelas Los relámpagos de agosto y Los pasos de López (las más conocidas) no son mas que serias lecciones de la historia de México, sin embargo uno se ríe, a pesar de que todos los chistes que uno encuentra, son hechos documentados y en su mayoría verídicos.
Sus artículos periodísticos, no son otra cosa que la verdad contada por alguien demasiado sincero a la hora de contar sus viajes, que en palabras que no son de Ibargüengoitia, todo viaje no es otra cosa que estar entre la desgracia y el absurdo, y las vacaciones que nos platica Ibargüengoitia, son divertidas para el lector, pero para él, me imagino, no lo son, si el cuenta todos esos imprevistos, es porque le sucedieron, y porque no tiene la menor posibilidad de olvidarlos. Tal vez ahí esté su trascendencia, en nunca olvidar las cosas breves, lo que es desagradable, las incomodidades, los imprevistos, el mal rato, que cualquier viajero no cuenta, a menos que no haya sacado provecho de eso.